La actitud escéptica y reflexiva de Descartes,
modelo de la actividad filosófica, queda fácilmente representada cuando el
filósofo francés decide instalarse en los países bajos. Seguro de que no era en
el mundo, ni en los libros, sino en la reflexión interna donde las preguntas filosóficas
podían tener su mejor consideración, escoge Descartes un lugar
propicio para la reflexión: una gélida, grisácea y solitaria cabaña, en la que
al abrigo del calor que disponía su fogón de madera concibió gigantescos y
maravillosos problemas filosóficos. La relación mente-cuerpo, la existencia de
Dios y el conocimiento del mundo externo germinaron en el pensamiento del
filósofo mientras el brillo del fuego, el calor y el sonido chispeante de la
madera al arder emanaban de su fogón, dándole a éste la calidez necesaria para
la producción de sus mejores ideas.
El Fogón de Descartes es
una invitación fraterna a la tarea filosófica; es una imagen que aparece como
la más apropiada para los estudiantes que inician el largo, algunas veces frío,
otras veces cálido, camino de la filosofía; es una metáfora de aquella habitación, un cálido habitáculo para
estudiantes con actitud reflexiva, un propicio lugar para el quehacer
filosófico.
EL FOGÓN DE DESCARTES
El nombre El
Fogón de Descartes se acuña a
partir de dos ideas básicas: por un lado, René Descartes (1596-1650), quizás el
matemático y filósofo más importante de la modernidad, considerado el padre de
la filosofía moderna. Y por el otro, Poêle
(estufa o fogón) que hace referencia a ese artefacto que ocupaba un lugar
en el centro de una habitación y que en tiempos de invierno repartía calor en
todas las direcciones, manteniendo así un ambiente cálido.
La actitud escéptica y reflexiva de Descartes,
modelo de la actividad filosófica, queda fácilmente representada cuando el
filósofo francés decide instalarse en los países bajos. Seguro de que no era en
el mundo, ni en los libros, sino en la reflexión interna donde las preguntas filosóficas
podían tener su mejor consideración, escoge Descartes un lugar
propicio para la reflexión: una gélida, grisácea y solitaria cabaña, en la que
al abrigo del calor que disponía su fogón de madera concibió gigantescos y
maravillosos problemas filosóficos. La relación mente-cuerpo, la existencia de
Dios y el conocimiento del mundo externo germinaron en el pensamiento del
filósofo mientras el brillo del fuego, el calor y el sonido chispeante de la
madera al arder emanaban de su fogón, dándole a éste la calidez necesaria para
la producción de sus mejores ideas.
Este
fogón, ubicado en el estudio de Descartes, permitió un espacio adecuado para el
reposo y el descanso, y así mismo, para la reflexión y creación de pensamiento;
un cálido habitáculo para el quehacer filosófico. Apartado del ruido citadino y
en medio de un clima hostil, que
mudaba de lluvia a nieve y de nieve a lluvia, Descartes meditó sobre el conocimiento que
había adquirido a través de sus múltiples viajes y conversaciones con
destacados matemáticos y filósofos de la época; allí llevó a cabo su extenso y
exigente ejercicio reflexivo. El propio Descartes da cuenta de esto cuando dice:
“[…] me pasaba el día entero encerrado a solas, al lado de una estufa, con todo
el tiempo libre necesario para entregarme a mis pensamientos”.
Así, la reflexión cartesiana es una exhortación a
la actividad filosófica. El estudiante interesado en la filosofía debe tener
siempre presente que necesitará de la reflexión como herramienta para desarrollar
sus ideas, sus pensamientos. De tal manera, el estudiante debe sentarse, como
lo hizo Descartes en su tiempo, frente al fogón, el fogón de la habitación
caldeada, El Fogón de Descartes.
Ahora bien, se preguntará por qué razón el vocablo Fogón y no el propio término francés Poêle o cualquier otra expresión que represente el halo de
refinamiento que caracteriza el lenguaje de la actividad filosófica; la razón no es otra que la intención
de, al igual que Descartes cuando decide escribir su Discurso del Método (1637) en francés y no en latín, presentar los
productos de la filosofía en un lenguaje fácil, claro y apropiado para un
público más amplio, un público que no se agota en los límites de la academia,
es decir, para aquellos que quieren acceder a la brillantez de las ideas
filosóficas sin renunciar a la amabilidad y cercanía de las palabras que
cualquiera pueda entender.
Por tal razón, es preciso aclarar que no por tener
un nombre sencillo la revista renuncia a la rigurosidad y compromiso académico.
Por el contrario, la revista El Fogón de
Descartes pretende expresar un compromiso con la maximización del
conocimiento a partir de la sencillez, sin que esto signifique perder la fuerza
y seriedad del trabajo filosófico.
De acuerdo con lo
anterior, El Fogón de Descartes es una invitación fraterna a la tarea filosófica; es
una imagen que aparece como la más apropiada para los estudiantes que inician
el largo, algunas veces frío, otras veces cálido, camino de la filosofía; es
una metáfora de aquella habitación, un cálido
habitáculo para estudiantes con actitud reflexiva, un propicio lugar para el
quehacer filosófico.
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